Somos las nietas de las mujeres que se insertaron con sangre, sudor y lágrimas en el mercado laboral; las creadoras del multitasking; las que debieron posicionarse y hacerse respetar para ser competitivas y no ser más un “otro” frente al hombre, sino más bien luchar por ser un “igual”.
Somos las nietas de las mujeres que para lograrlo debieron disociarse de sus cuerpos, porque percibieron su naturaleza como lo opuesto a lo que ellas anhelaban; deseaban expansión, liberación y rebelión, y percibieron que sus cuerpos ciclo a ciclo las arrastraban, como un karma femenino, a algo que insinuaba ser distinto de ellas mismas.
Aunque hayas tenido la suerte de nacer en el seno de una familia con un linaje femenino ultra conectado con su naturaleza cíclica, a nivel global somos parte de esta misma herencia colectiva que se transfirió a nuestras madres y luego a nosotras mismas. Un imaginario colectivo en torno a nuestro cuerpo, al ciclo menstrual, y a la fertilidad, como una maldición que nos mantiene presas y no nos deja ejercer en plenitud nuestras funciones en el mundo exterior. Como un lastre ingobernable que es mejor apagarlo con una pastilla o un dispositivo, y así evitar mirar a los ojos este misterio que pareciera impedirnos vivir realmente en libertad.
En 1949, época en que mi abuela materna tenía apenas 9 años, y mi abuela paterna unos 22, Simone de Beauvoir escribía en “El segundo sexo” que nuestro cuerpo cíclico no nos permite disponer de nosotras mismas durante nuestra vida fértil (desde la pubertad hasta la menopausia), porque está condenado a una falta de estabilidad y de control que afecta a nuestra emotividad, y, por lo tanto, a cómo el hombre le da lugar -o no- a la mujer en el mundo.
De inmediato recordé las historias de mi abuela Elsa enseñándome de niña la palabra “indispuesta”, término que en Chile se utiliza frecuentemente para hablar de los días en que estamos menstruando, y hoy comprendo bien que refiere justamente a esta sensación de falta de poder o de gobierno sobre nosotras mismas.
Ciertamente este paradigma en relación a nuestro cuerpo y nuestra ciclicidad nos llevó a polarizarnos. Disociadas de nuestro cuerpo por generaciones, con nuestros ciclos apagados y buena parte de nuestras funciones biológicas en suspenso, la escena no pinta bien. 74 años después, el escenario en el que estamos es radicalmente distinto al de nuestras abuelas.
Hoy, al amparo de la ciencia, sabemos que ciclar de manera natural es fundamental para el funcionamiento óptimo de nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestra psiquis; al alero de la sexualidad sagrada, sabemos que, al conectar con el misterio del centro de poder alojado en nuestro útero, podemos acceder al eje de nuestra fuerza vital y creativa en todo ámbito de la vida, mucho más allá de reproducirnos y gestar a nuestros hijos.
Hoy sabemos que, si logramos vivir en coherencia con nuestra naturaleza cíclica, encontramos un camino hacia nuestra autenticidad, y esto, exige posicionarnos en el mundo desde un nuevo paradigma. Ser cíclicas en un mundo que nos exige la linealidad y el multitasking es tremendamente desafiante y altamente revolucionario.
Si no lo hacemos nosotras, nadie más nos hará el favor.
Y para hacerlo, hay que conocerse, a fondo, desde adentro hacia afuera y vice-versa. El Método Sintotérmico para mí ha sido el camino de lograr esta soberanía menstrual y no hay manera en que pueda volver atrás.
Libera Tu Ciclo.